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En la reproducción hombres y mujeres nos repartimos los papeles. Jugamos a distintos juegos. En realidad, los seres humanos nos catalogamos como hombres y mujeres (o, más en general, como machos y hembras), precisamente, por el distinto papel que nos ha tocado, desde el momento de nuestra concepción, de cara a la futura posibilidad de reproducción (la lleguemos a completar o no) y por todas sus secuelas biológicas (fisiológicas, psíquicas, etológicas...) ligadas a esa realidad.

Y es verdad que esas diferentes funciones, en función de nuestra polaridad sexual, resultan bastante desequilibradas.

Y ello nos ha conformado biológica y socialmente.

Las mujeres, hay que reconocerlo, tienen el rol más comprometido en la procreación: van a aportar prácticamente la totalidad de la materia y de la energía necesaria para la configuración del nuevo ser. Todo el esfuerzo directo (salvo el de unos movimientos oscilatorios durante unos minutos, unos meses antes, por parte del varón y, normalmente, poco costosos por la circunstancia de la motivación desbordante) les toca a las chicas. Y luego, el indirecto... pues depende de las circunstancias.

Llevar (y tener que llevar) a una(s) criaturas dentro del vientre durante unos 9 meses, unos 274 días (que a veces se han acortado hasta a 5 meses escasos como en el caso de una niñita de Miami, llamada Amillia que nació con 153 días de gestación), le aporta unas ventajas y unos inconvenientes a la madre.

La primera es poder tener una (relativamente) completa seguridad de su maternidad, es decir, de que ese bebé es el (o esos bebés son los) que ha(n) salido de ella. Y esto, obviamente, tiene una parte buena (su maternidad es confirmada, o, más en concreto, su relación materno-filial se certifica), pero también queda clara su responsabilidad y, así, se evidencia, que, aparte de esos (relativos) 9 meses de esfuerzo (regidos casi en exclusiva por el instinto y por las funciones biológicamente predeterminadas), muchos más años de aún mayor esfuerzo le esperan. Tal vez en solitario o con ayudas ocasionales. Puede que en una relación estable y satisfactoria. Ave, esta, cada vez más rara.

Esto puede ser interesante para una mujer que, por cualquier motivo (psíquico, social...), quiere tener la exclusiva de esa potestad. Salvo casos excepcionales de herencias o de títulos nobiliarios condicionad@s a la situación de la persona o de su cónyuge, o de contextos sociales en que no interesa la participación de los hombres... normalmente serán motivos psíquicos los que lleven a la mujer a esta opción, incluso a la búsqueda de métodos artificiales, sin intervención directa masculina (salvo por la donación o compraventa de su semilla y tal vez también en el equipo de genética), para su fertilización.

Dichos motivos psíquicos pueden ir desde experiencias traumáticas con hombres (violaciones, maltratos, experiencias de discriminación) o hasta con mujeres, que la lleven a evitar la proximidad o de intimidad, pasando por una realidad de identidad homosexual, hasta la simple dificultad de personalidad o de carácter para vivir en pareja. La mayoría de las veces, una realidad ligada a malas experiencias familiares o interpersonales.

La verdad es que si la biología hizo necesarios dos sujetos para dar un nuevo cauce a la vida (en realidad, como la energía, la vida no la podemos crear, ya está, y lo único que podemos hacer con ella es abrirle una nueva compuerta y facilitar su encauzamiento y poner los medios para que llegue lejos, como si se tratara de una corriente de agua) es por algo. Sobre todo porque eso nos da una variabilidad genética que puede malograr algunos sujetos puntualmente (malformaciones, enfermedades, combinaciones o mutaciones desfavorables), pero que, en general, aumenta las probabilidades de éxito (adaptación) de la especie.

También eso de ponerse a dos a la tarea suele tener la ventaja, como podemos observar en muchos otros animales, de aumentar las probabilidades de éxito de la camada, al ser dos adultos quienes toman la responsabilidad de los cachorros. Incluso si desaparece uno, la prole puede ser viable. Con uno solo las probabilidades caen en picado. Considerémoslo una suerte de copia de seguridad.

En nuestro humano caso, contamos con lazos de parentesco, normalmente, más estables que en cualquier otro caso animal (algunos animales son excepción como las hembras de elefante, las de orca, las bonobos, las hienas o —sus eternas enemigas— las leonas, que se mantienen todas ellas, las hembras, en familia; y otros animales son excepción en fidelidad conyugal —pingüinos, nutrias, tórtolas, cisnes, agapornis, orcas, gibones, lob@s... que se mantienen en una pareja a toda prueba, hasta el extremo de la especie más romántica que muere por amor, se mata de hambre, tras el óbito de su cónyuge: el hipocampo o caballito de mar).

Esa parentela estable puede (y suele) aportar sostén a la cría y a la madre. A veces contando con el macho y hasta con la parentela del macho. Eso último, la gran excepción, sí que es exclusiva de nuestra especie, si nos permiten bonobos y chimpancés afirmar eso. Los machos de estas especies suelen buscar fuera. Pero no obligatoriamente.

Hay una especie de hormiga (la Mycocepurus smithii) que aprendió a prescindir de los machos. Se multiplica por clonación de la hembra reproductora, la reina. Eso conlleva una seria desventaja evolutiva (fragilidad frente a epidemias y enfermedades, la falta de una variación genética que pueda aumentar la capacidad de adaptación del conjunto, pese a que esta siempre generará también individuos puntuales menos adecuados). La ventaja (toda realidad la tiene, al ladito de las desventajas) es que ahorran energía, y la reina no se tiene que ir de discoteca, ni de visita, ni siquera chatear, para conocer machos interesantes (interesados son todos), o el conjunto de hembras no tiene que sustentar a los machos que, en general, no saben más que montar gresca y perder el tiempo y esfuerzo en ligues, en procurarse drogas, en pelearse por el (s)éxito social, en coches y en deportes violentos...

Es una sociedad de míticas amazonas, de los cuales hay algunos ejemplos en la humanidad, como el de esta sociedad de solo mujeres en Brasil (que no lo es tanto, solo que los machos laboran fuera) o el de esta aldea sin hombres en Kenia, África.

Algún día puede que las mujeres decidan generalizar este tipo de sociedades en que el hombre sea solo un fecundador puntual o, incluso, prescindan completamente de él, pues, en general, la mayoría de los problemas mundiales los generamos los hombres y nos mostramos mucho menos eficaces en eso de encontrar reales soluciones.

Pese a que la relación en pareja resulta evidentemente difícil, sobre todo desde que el modelo de roles y tareas repartidas (exclusivas y prohibidas) según sexos (o géneros) se ha superado y cada cual puede vivir por su cuenta, en (casi) completa autosuficiencia, trabajando dentro y fuera de la casa, haciendo (o pagando por) todo lo necesario, aún puede resultar interesante y atractiva para la mayoría, que lo sigue intentando, con más o menos fe, con más o menos éxito. Porque su parte interesante, atractiva, sugerente, sin duda, la tiene eso del roce.

Ya no nos hemos de juntar y mantener por obligación, cual condena de por vida. Ahora nos podemos juntar solo cuando queremos y mientras la cosa funcione. Eso tiene su parte buena, pero también su mala.

Es claro que esto fomenta las relaciones superficiales, inmaduras, en las que solo queramos compartir los buenos ratos, sin cuestionarnos a fondo sobre los elementos que dificultan dicha relación (o una relación más profunda). Sin cuestionamiento y sin esfuerzo en superarnos, en mejorar nuestra personalidad y nuestros defectos.

Así, en cuanto hay una incomodidad tendemos a huir. A cambiar de pareja o a evitarla. Tal vez nos limitemos a compartir momentos de placer carnal. O de amistad. Y estos no tienen por qué ser con la misma persona. Es más, se tiende a hacerlo más fácil no mezclando ambos papeles. Pues mantener el equilibrio entre la distancia de la amistad (tal vez limitada solo en el campo de la genitalidad o en de la sexualidad entera) y la atracción sexual, puede ser complicado.

Y todo eso, nos roba una de las mayores oportunidades de crecer, madurar, aumentar nuestro nivel de felicidad: como en todos los campos de la vida, los mayores avances suelen estar ligados a crisis, a desajustes. Casi todos los grandes avances en el ser humano y en sus sociedades se dan a raíz de las crisis, que no son más que inadaptaciones que piden un nuevo equilibrio. Y este, si se consigue, suele ser mejor.

Cada fase de nuestra maduración biológica es una crisis (salida de dientes, crecimiento, muda de dentición, desarrollo de la adolescencia, sobre todo el mental, las muelas del juicio...) y todas las desgracias y dificultades emocionales también son crisis.

Cuanta más estrecha sea la convivencia entre seres humanos (sea viviendo en familia, tribu, colectivo, comuna, comunidad, pareja...), más teclas profundas nos tocamos, luego más teclas desafinadas nos encontramos (mutuamente) en esa interacción, así que más oportunidades tenemos de afinar dichas teclas. Si conseguimos crear esa magia de una buena disposición personal y colectiva a profundizar, a cuestionarse, a la ayuda mutua... más maduramos, de más cadenas internas nos podemos liberar, más florecemos y mejoramos... Más luz conseguimos.

Todo consiste en partir de la idea de que no estamos en la plenitud de nuestras capacidades, nadie lo está, y en aceptar que solo nos podemos conocer (y a fondo) con el espejo de la(s) otra(s) persona(s) delante, en interacción.

Sí, la relación puede generar heridas, prácticamente todas las heridas y cicatrices internas que acumulamos vienen de la relación, de una relación, sin suficiente respeto, aprecio, conocimiento, cuidado, responsabilidad... es decir sin el debido amor.

Pero también es la relación la que nos abre las puertas de la curación interna. Pues puede ser la que nos aporte ese amor que nos dé sostén en el crecimiento. Y nos abra el camino a un nivel mayor de felicidad.

Si huimos de las crisis, nos encontraremos, antes o después, con una mayor. Eso se ve en nuestra actual sociedad mundial, de un poscapitalismo cada vez más inhumano y salvaje, donde cada cual (y progresivamente más) se limita a lo suyo. Y se aleja, protege y defiende del resto. En este contexto de individualismo acelerado, quienes más suerte o habilidad han tenido (hasta el momento, siempre se pueden revertir las cosas) en ese juego, consiguen mayor capacidad de influencia, poder, una situación privilegiada, (muy) próspera, por lo que les interesa mantener el sistema.No van a ser ell@s quienes lo quieran transformar. Y, por el contrario, quienes han tenido (hasta el momento) menos suerte o habilidad (la mayoría, detalle este profundamente antidemocrático) se encuentran secuestrados, esclavizados por ese mismo sistema que les roba la vida permitiéndoles apenas vivir en constante preocupación por la superviviencia, pagando con estrecheces las deudas que ese sistema social lleno de tentaciones y caprichos nos genera. Esas personas han de dejar de lado otras preocupaciones que la mera sobreviviencia y han de actuar como si estas no existieran, me refiero, por ejemplo. al desastre ecológico y social al que nos estamos abocando en esta civilización. Y muchas otras cosas más.

Claro, porque cuanto más aislad@s, infelices e insatisfechas nos sentimos, más tendemos a consumir, a tapar nuestras fugas de felicidad con felicidad de síntesis. A veces hasta venenosa, por lo que aún nos esclavizará más.

Estamos, a nivel sociedad, en una crisis, es decir, como indicábamos antes, en una situación que nos pide un nuevo ajuste, una mejora. Y, como bien indica la palabra crisis en chino (conjunción de los caracteres peligro y oportunidad), toda crisis es la puerta a una nueva situación. Esperemos que mejor.

Pero, bueno, volvamos al hilo inicial.

La ventaja que puede tener un hombre (siempre más frágil ante la duda de su paternidad, siempre más débil de cara a decidir sobre esas criaturitas) cuando una mujer decide optar por la autosuficiencia, por la mera inseminación natural, por no contárselo a su donante, sea decisión a priori o a posteriori, o por la inseminación artificial (depende de las legalidades), es que puede encontrase con el rol de padre de golpe y porrazo. Se puede enterar sin haber tenido unos 9 meses para hacerse a la idea. Incluso puede enterarse varios años más tarde.

Eso puede resultar traumático.

O no.

Es mi caso.

Me ha encantado descubrirme con descendencia súbitamente.

Y doble.

La verdad es que, normalmente, tengo una gran capacidad de adaptarme a golpes, a cambios, a novedades y, sobre todo, a situaciones críticas.

Y esta lo ha sido. Desde luego.

Ya se me ve en la cara de emocionado de la foto (entre el lloro y la risa).

Y, por suerte, sin que resulte demasiado tarde (curar heridas en una persona adolescente o ya adulta se complica mucho), y mi hijo y mi hija, melliz@s (bivitelin@s, para aclararnos, no hay otra forma de que puedan nacer de la misma madre, relativamente a la vez, al menos, y tengan distinto sexo) tienen aún pocos años.

Eso sí, duros años: ¡Crecer sin padre, en una familia desestructurada, en constantes limitaciones económicas y con una madre que tuvo serios problemas psíquicos, hasta llegar al suicidio...!

Ignoro por qué la madre no quiso compartir conmigo la responsabilidad. Ni siquiera hacérmelo saber. Planteármelo.

Lo que no se puede dudar es mi paternidad: se evidencia en las fotos. ¿No te habías fijado?

Me han cambiado la vida, pues estamos de acuerdo en mi responsabilidad, y ya en trámites para hacerme cargo.

La historia ha sido larga y compleja. Y aún los papeleos llevarán meses, pero me encanta la idea de vivir una paternidad que ya se estaba demorando mucho (demasiado) con dos criaturitas tan ricas (pese a sus ciertos hándicaps psíquicos, que ya paliaremos. Estamos a tiempo. A esa edad es fácil y eficaz.

El mero hecho de tener (de nuevo) un@ progenitor@, que siempre han tenido pero que les ha faltado y que ni conocían, ya les devuelve la sonrisa y las ganas de vivir. Se ve.

Os seguiré contando.

Ahora solo me falta (si cae la lotería) alguien que quiera compartir este tesoro (y muchos más), en ese papel que representa provisionalmente una voluntaria en esta segunda foto (una buena amiga) que ya se ve, se evidencia, que ella no es de mi familia (el bigote, y no trigote, le canta mucho a postizo y rubiazo), aunque nunca estará lejos. Es demasiado amiga para eso.

¡Jajajajaja!

¡Gracias Universo (por este regalo y por todo)!
 

Nota: este texto es, sobre todo, opinión con una gotas (dos) de ficción.

Gerttz